domingo, 28 de agosto de 2011

Ese pasa.

Cuando llegué dios era horrible temer el sitio que una vez amé. Ver una esquina que antes conocías perfectamente y tener miedo de su sombra, no atreverte a subir unos escalones familiares. Nunca he sabido lo que es vivir con miedo, tener miedo de volver a casa sola, miedo de encontrar polvo blanco en el buzón, a la oscuridad y a la noche. Tener miedo a la gente, siempre he creído que el miedo era cosa de los demas, la gente más débil, nunca lo había sentido. Hasta que ocurrió, y cuando te alcanza sabes que siempre ha estado ahi, al acecho, bajo la superficie de todo cuanto amabas y se te eriza el bello, se te encoge el corazón y ves caminar a la persona que una vez fuiste y te preguntas si volverás a ser esa persona. Y de repente aparecen ellos, te dan un abrazo y te hacen sonreir, hacen que te sientas otra vez en casa y que nada te asuste más, que la persona que eras sin miedos vuelva. Ya casi se me había olvidado lo bien que se está con vosotros, vuestro olor, lo que se siente al estar tirados en cualquier lado. Comiendo pipas o bebiendo miel, pero juntos. Hay cosas que te marcan, gente y momentos. Gracias por esperarme siempre, por tantas oportunidades y por tantos besos, por no juzgarme al no querer volver y por esperar siempre con los brazos abiertos.